La secularización del Espacio: de la “neutralidad” a la “neutralización”.

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Jesús Arturo Herrera Salazar

Director del programa de Ciencia Política en UNICERVANTES

El vaciamiento de lo religioso en el espacio público responde en últimas a la sustitución de los fundamentos metafísicos del orden político-social.

En días pasados ha causado revuelo el vaciamiento de la capilla construida en el Aeropuerto El Dorado en la ciudad de Bogotá. OPAIN, la entidad que administra el aeropuerto, informó posteriormente que la acción responde a una decisión de la Alcaldía de Bogotá de eliminar la iconografía religiosa de la capilla para convertirla en “un espacio de reflexión neutral” abierto a “las diferentes creencias” de los pasajeros. No es la primera vez que se eliminan espacios dedicados al culto en establecimientos abiertos al público en nombre de la neutralidad del Estado Laico.

Una de las premisas que impulsa el proceso de la secularización, objeto de investigación en la Línea en Historia, Política y Religión en UNICERVANTES, es la idea liberal la cual el Estado ha de ser “neutral” en las cuestiones religiosas. Esa concepción de neutralidad como “imparcialidad” está atravesada por la pretensión racionalista de igualar las religiones, convirtiendo lo religioso en una categoría vacía sin considerar las múltiples y profundas diferencias de contenido que pueden encontrarse de una religión a otra. Sólo en este marco se entiende que la eliminación de simbología específica de una religión pueda considerarse como apertura hacia las demás, y así, nada sería más “incluyente” que el vacío absoluto.

La secularización del Espacio: de la “neutralidad” a la “neutralización”

La diversidad religiosa es un asunto de preferencias particulares

Bajo esta perspectiva, la diversidad religiosa es un asunto de preferencias particulares, frente a las cuales el Estado no puede asumir ninguna como propia, al contrario, debe tratarlas como iguales. El hecho religioso sería producto de una opción personal, análoga a la elección de carrera profesional, la práctica de un deporte o inclusive los gustos en la comida. Valga recordar que durante la pandemia el gobierno nacional prohibió el culto público, sustrayéndolos de los servicios de carácter esencial, y asimilándolo a lugares de entretenimiento como casinos, gimnasios y discotecas.

Sin embargo, a esta mentalidad liberal se le escapa que la religión es mucho más que escoger un pasatiempo o una comida. Para el hombre, la visión de Dios es al mismo tiempo la visión de sí mismo; da cuenta de su propia naturaleza, de su razón de ser, su propósito en este mundo y su destino último. De estas cuestiones, que bien podríamos decir que son las más importantes que el hombre enfrenta, se derivan otras que constituyen el fundamento más profundo del orden político-social: La distinción entre el bien y el mal, el significado de la justicia, la relación del individuo con la sociedad, la finalidad de la comunidad política.

Diversidad de religiones

No puede haber orden social alguno que se abstenga de responder, al menos de forma implícita, a esas mismas cuestiones. De ahí que el principio de neutralidad religiosa del Estado, ese “vaciamiento” de la religión en lo público, resulte imposible sin que esos fundamentos metafísicos sean sustituidos por otras afirmaciones, también teológicas, nacidas de la reforma protestante: La relación del hombre con Dios es exclusivamente subjetiva e íntima, la vida temporal, en especial la vida pública, no determina el destino ultraterreno del hombre, Dios ha dotado al hombre de libertad absoluta para decidir sobre el bien y el mal, entre otras.

Es apenas natural que la decisión tomada por la administración distrital sea motivo de conflicto. Por más que el lenguaje invocado para justificar la medida evoque la imparcialidad e inclusión que obligan los principios constitucionales, la “neutralización” religiosa del espacio público es un proceso inevitablemente violento, pues consiste en el desplazamiento de los fundamentos metafísicos del orden social por otros nuevos propios de la teología liberal, a través de los diferentes instrumentos de coerción del Estado.

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